Verano del 2006:
Mañana debo ir a trabajar. Sin embargo me preocupa, ya que, de seguir así, seguramente prescindirán de mí en un abrir y cerrar de ojos. Hecho que entendería, pues hace días que mi rendimiento está bajando en picado.
No sé qué me pasa. Quizás sea el calor, quizás tenga anemia o, tal vez, sea psicológico. La verdad es que cada día, sobre las diez de la mañana el cansancio se apodera de mí aumentando minuto a minuto.
Ayer, presa del agotamiento, me puse a llorar sin querer ni poder evitarlo. Cada vez que recuerdo como me cuesta dar un par de pasos me pongo furiosa. Las mañanas han pasado a ser odiosas e interminables para mí.
Lo peor de todo es que me avergüenza el hecho de que, a mis 21 años, no sea capaz de aguantar una jornada laboral, por lo que nadie sabe el calvario que estoy viviendo.
El agotamiento fue, sin saberlo, el primer síntoma.
Verano del 2007:
No puede ser...Está ocurriendo de nuevo. El cansancio extremo del pasado verano vuelve al ataque. Pero, ¿ cómo es posible ?
A finales de Septiembre me surgió una oportunidad y, aún creyendo que el trabajo era el responsable de mis males, acepté la oferta de un nuevo puesto en un sector diferente. Volví a ser yo, una chica enérgica a la que no le disgusta trabajar. Sin embargo, con la llegada del calor, he vuelto al punto de partida.
Este año, no contento con abatirme todas las fuerzas: los pies se me duermen a su antojo. Suele ocurrir cada vez que voy a correr en la cinta del gimnasio. Bastan cuatro minutos de inicio para sentir un hormigueo que va “in crescendo” y no cesa hasta después de la ducha. Varias son las veces que dejo el entrenamiento antes de lo previsto, pues me asusta no sentirme los pies...
Sigo sin contarselo a nadie, ahora ya no sólo es cuestión de vergüenza, sino que el miedo a entrado en acción...
Un nuevo síntoma, pies dormidos.
Finales del 2007:
Una vez más, la fatiga se ha esfumado a las puertas del otoño. Por lo que puedo relacionar la lasitud con el calor. Mi pregunta es: ¿ Hasta qué punto es alarmante ?
Además me compré unas bambas nuevas con la esperanza de que fueran las causantes de los hormigueos. Evidentemente, sin éxito.
De todas formas hoy tengo una nueva inquietud. Llevo toda la semana durmiendo no más de cuatro horas. Carece de importancia la hora que me acueste, tampoco es relevante la debilidad que voy arrastrando, ni si tomo o no algún relajante muscular, haga lo que haga, no duermo. Es como si, a diferencia de mi cuerpo, mi mente ya tuviera suficiente. Claro está, acarreo con todas las consecuencias que conlleva: estoy molida todo el día, no me apetece quedar con nadie, pierdo el apetito, me duelen los ojos,...
En fin, el día a día se me hace un mundo. Ni si quiera encuentro motivo alguno para sonreír...
Mi familia se ha dado cuenta. Mi madre, hoy, me ha propuesto ir al médico, he aceptado, ya que es probable que sufra un trastorno de sueño. A ver qué dice el médico...
Un síntoma poco común, transtorono del sueño.
Principios del 2008:
La relación acerca del cansancio no debe ser del todo cierta, pues estamos en invierno y ha reaparecido.
Los pies siguen el mismo camino del año pasado, y sólo duermo 6 o 7 horas seguidas cuando tomo las pastillas recetadas por el profesional.
Para colmo, he vuelto a dejar el trabajo tras una supuesta ansiedad diagnosticada por el médico al acudir de nuevo a él, debido a una serie de síntomas extraños vividos hace tres escasos días. Me levanté con visión nula en el ojo derecho, como si de niebla se tratara, que disminuyó a lo largo del día, sin conseguir recuperar la visión del todo. Ciertos días también sufro destellos, lo que se le suele llamar " ver estrellitas". Mis temblores en las manos son comunes, al igual que una sudoración fría que recorre mi espalda.
Para todo ello, me han recetado antidepresivos y tranquilizantes.
Y ahora estoy aquí, sentada, mirando las cajas repletas de pastillas, recordando los hechos y llorando como una niña pequeña. Estoy tan triste... No puedo más. Ojalá me equivoque, pero sé que estoy enferma, como también sé que no es una ansiedad.
Mi primer brote, no diagnosticado.
Abril del 2008:
Mi padre decidió mudarse. Le ayudé con el traslado durante un fin de semana. Al día siguente perdí las fuerzas de la parte derecha de mi cuerpo, hasta tal punto que era incapaz de caminar recta. Fue la pareja de mi madre, que es enfermero, quien al ver mi manera de andar, se alarmó y me " obligó " a acudir a un neurólogo.
Y ahí estaba yo haciendo unas estúpidas pruebas de motricidad: levantando una mano, ahora la otra, ahora una pierna y ahora las dos juntas.
El resultado no debió ser muy bueno, ya que mandó hacerme una resonancia magnética, y esto me sonaron palabras mayores. Y más, cuando lo calificó de carácter urgente sobre urgente.
A la mañana siguente entraba dentro de ese tubo claustrofóbico, para salir tres horas más tarde.
A la espera de los resultados, junto a mi pareja, después de barajar varias posibilidades, llegamos a la conclusión de que padecia esclerosis múltiple, medio en broma medio en serio. Todos los síntomas encajaban pero nos negabamos a que fuera cierto.
Mi segundo brote, medio diagnosticado.
5 de Mayo del 2008:
Son las 06:30 de la mañana.
Estamos en un bar cercano a la Mútua de Terrassa tomando café con leche y fumando un cigarro tras otro con los nervios a flor de piel.
Llega la hora. Sentada en la sala de espera, junto a mi pareja y familia, nadie se atreve a decir palarabra. Cada vez que se abre la puerta de la neuróloga, se me acelera el corazón y aprieto con fuerza la mano de Patri.
Se abre la puerta. Se oye mi nombre. Por primera vez, tengo pánico. No me muevo, estoy bloqueada. Es Patri quién tira de mí. Entramos a la consulta.
Una vez dentro, la doctora nos dice el diagnóstico sin rodeos. Ahora, ya es real, un hecho inamovible que no tiene marcha atrás.
Padezco esclerosis múltiple remitente-recurrente de forma muy agresiva.
Con la mirada perdida intento escuchar las explicaciones de la neuróloga acerca de la enfermedad, sin conseguirlo. Estoy absorta en mi mundo, incapaz de reaccionar. Tengo sentimientos contradictorios. Por un lado, siento tranquilidad, pues tenía la necesidad de que me encontraran "algo" que diera sentido a tantos síntomas, ya que llegué a pensar que yo no era una persona "normal", me estaba volviendo loca. Por otro tengo un miedo atroz. No sé qué va ha ser de mí ahora.
Los ojos se humedecen, los cierro y las lágrimas inundan mis mejillas. Miro a Patri, al hacerlo intenta obviar el llanto, supongo que se hace la fuerte. Me acaricia la espalda con ternura. Me tranquiliza.
La doctora me envia al hospital de día para tratar el brote actual. Un gramo de cortisona y un antiestaminico pinchado por vena durante tres horas a repetir cuatro días seguidos. Quiere volver a verme al acabar el tratamiento.
Diagnóstico: Esclerosis múltiple, remitente-recurrente (RR)